Mi primera experiencia *

Brenda Macarena Nájera
Maestra de preescolar, Piedras Negras, Coahuila.

Inicié mi labor docente en 1995, en el jardín de niños unitario “Ignacio Zaragoza”, ubicado en el Ejido Presa de los Muchachos, Municipio de Saltillo, Coahuila.

Cuando llegué a esa comunidad observé con extrañeza que quienes andaban más por las calles eran en su mayoría hombres. También en el jardín de niños la inscripción reflejaba mayor cantidad de niños que de niñas: eran 13 niños y sólo cuatro niñas. Intrigada por tal situación, pregunté a la educadora que me entregaba el grupo por qué había tan poquitas niñas; ella me respondió: “Porque son mujeres”. “Y eso que”, le dije; ella contestó: “Aquí solamente los hombres estudian; las niñas se quedan en su casa a ayudar a sus madres en las labores del hogar.”

Semanas después, cuando ya me integré a la comunidad, salí a hacer un censo de niños en edad de preescolar, y cual sería mi sorpresa al percatarme de que había 13 niñas de cinco años que no asistían al jardín. Le pedí a sus padres que les permitieran acudir al jardín de niños, a lo cual amablemente se negaron.

Pasó un mes o menos y nuevamente regresé a esos hogares y volví a insistir para que no se preocuparan por el material. Ante este ofrecimiento algunos accedieron, otros no.

Ya en noviembre tenía en lista ocho niñas que asistían irregularmente, pero lo hacían. En febrero del año siguiente visité el Vivero Militar en la ciudad de Saltillo y pedí 21 arbolitos de sombra (fresnos). Plantamos uno por niño y a cada árbol le pusimos el nombre de la niña o el niño a quien pertenecía. Después de varios intentos se me ocurrió otra idea que me diera mejores resultados.

Necesitaba ejemplificar ante los ojos de los padres de familia la igualdad de oportunidades para niñas y niños y nuevamente implementé una estrategia: diariamente sólo regaba los árboles de los niños, por lo que poco a poco los árboles de las niñas se empezaron a secar. Entonces invité a los padres de familia a la escuela, y cuando salimos al patio un señor me preguntó:

– Maestra, ¿por qué se están secando esos árboles?
Yo respondí rápidamente y de forma vaga:
– ¡Ah!, es que son los árboles de las niñas —todos me miraron y el mismo señor comentó:
–¿Y por eso no los riegan?
–¡A ese punto quería llegar!

Les comenté que de la misma forma como estamos tratando a los arbolitos, ellos tratan a sus hijas, al no permitirles crecer y desarrollarse en las mismas condiciones que a sus hijos varones. Les dije que no por el hecho de ser mujeres no tenían la oportunidad de salir adelante en todos los aspectos de la vida.

Al concluir el ciclo escolar, la asistencia se regularizó y cuando llegó el momento de abandonar la comunidad me di cuenta [de] que había dejado una semillita en la conciencia de cada padre de familia o cuando menos en la mayoría.

Cuando inició el ciclo escolar 1996-1997 fueron inscritas todas las niñas y los niños en edad preescolar, y de los 23 arbolitos que sembramos todos crecieron por igual.

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*  sep. Educación y perspectiva de género. Experiencias escolares. México: sep-conafe-Pronap, 2003, pp. 31-34.