PREFACIO

La vida es movimiento. La íntima relación entre estos dos conceptos ha sido cincelada en la imaginación humana de manera estremecedora, con la repetida observación de que el fin de la vida—la muerte— tiene como señal inequívoca la cesación irreversible del movimiento. El vínculo ha parecido tan claro para todas las culturas que, casi sin excepción, se le ha supuesto de validez bidireccional: el movimiento es signo de vida. Las personificaciones del viento, el océano y los astros como individualidades dotadas de conductas voluntarias en las mitologías de todas las épocas, derivan precisamente de la asociación intuitiva entre movimiento y vitalidad. En nuestros días la biología ha podido confirmar que, si bien no todo lo que se mueve está vivo, el movimiento organizado caracteriza a lo viviente prácticamente en todas sus manifestaciones. Hoy está claro que al menos a escala microscópica todos los organismos muestran algún tipo de actividad — crecimiento, división, cambio de forma, locomoción— que implica redistribuciones ordenadas de su propia sustancia en el espacio.

Esta singular capacidad de la materia viviente, con sus innumerables variantes, ha constituido uno de los más pertinaces enigmas de la biología. Desde los asombrosos hallazgos de Leeuwenhoek, dados a conocer por primera vez en 1673, se han acumulado pruebas de que la aptitud de moverse por fuerza propia se encuentra incluso en los organismos más diminutos. Pero sólo hasta las dos últimas décadas, gracias al desarrollo de poderosos recursos en el campo de la microscopía y la biología molecular, se ha logrado integrar un cuerpo de teoría en el que la profusa diversidad de fenómenos de movimiento biológico halla su explicación en un conjunto limitado de componentes y mecanismos básicos del citoplasma.

Las páginas que siguen intentan ofrecer, en términos accesibles al público general, una visión panorámica de los elementos operativos esenciales que hacen posible la motilidad celular. El libro ha sido escrito con un enfoque inédito hasta ahora. En lugar de la clásica introducción general seguida por un catálogo de ejemplos acompañados de sus explicaciones particulares, se hace una exposición progresiva de las piezas que conforman la maquinaria motriz intracelular, desde su origen común a partir de la información genética hasta su integración en tipos cada vez más complejos de máquinas y aparatos alimentados por energía metabólica. El texto cubre, pues, aspectos de la biología molecular; la biología celular y la fisiología, teniendo a la vez en mente a un ingeniero curioso por saber cómo se las arregla la materia viva para fabricar y montar dispositivos capaces de efectuar movimientos autónomos, desde el simple tránsito de partículas intracelulares en una alga primitiva hasta las espectaculares piruetas de un acróbata consumado.

Enmarcar un espectro de esta amplitud en el formato de un volumen de divulgación ha exigido restringir o incluso eliminar por completo algunos asuntos. Las decisiones en este sentido, aunque arbitrarias, han obedecido a los criterios siguientes:

1) Nos hemos circunscrito a revisar el tema a partir de la célula individual como unidad fundamental de los seres vivientes. Se excluye por consiguiente el interesante y complejo material relativo a la interacción entre células en los organismos multicelulares. Así, por ejemplo, el capítulo que trata sobre la contracción de los músculos concluye sin incursionar en el control nervioso del trabajo muscular.

2) Se tratan únicamente los principales sistemas de motilidad, es decir; aquellos que han sido muy conservados por la evolución y dan cuenta de la inmensa mayoría de los movimientos biológicos. No se encuentran, en consecuencia, casos especiales —como los flagelos de los procariontes, los espasmonemas de los vorticélidos, el curioso mecanismo de invasión de los microsporidios, o las respuestas motoras por cambios de turgencia en algunas plantas—, cuya operación es independiente o paralela a la del citoesqueleto típico.

3) Se menciona sólo brevemente todo cuanto toca a la regulación del movimiento celular; dado que constituye un campo en el que —aparte de la intervención casi universal de los iones de calcio— no existe un esquema teórico de validez general equivalente a los que han logrado establecerse en relación con los aspectos propiamente mecánicos de la motilidad, o con la síntesis de las proteínas que desempeñan un papel central en tales procesos.

Esperamos que, no obstante estas limitaciones inescapables, los lectores encontrarán en este libro una ventana abierta hacia la información disponible hoy en día sobre ese atributo fundamental y fascinante de la vida, el movimiento.

Deseamos hacer constar nuestro agradecimiento a los miembros de los grupos de investigación que, de una manera u otra, colaboraron con nosotros en la obtención de algunas de las imágenes micrográficas que nos sirvieron para ilustrar las células o componentes del citoesqueleto que aparecen en este libro. En particular a Lourdes Ruiz Zamarripa, Roberto Lagunes Torres y Alejandro Trejo Carmona.

México, D.F, diciembre de 1993.

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