VII

EL ASCETA

AQUELLOS que llegan al final del camino
encuentran la libertad soberana
de los deseos y las penas:
libertad sin ataduras.

Aquellos que despiertan
no descansan en un mismo lugar.
Cual cisnes se elevan del lago
y emprenden de nuevo el vuelo.

En el aire se levantan y siguen
cursos transparentes, difíciles de ver:
sin acumular, sin atesorar.
El conocimiento es su alimento
y viven de la vacuidad:
han aprendido a ser libres.

¿Quién los puede seguir?
Sólo el maestro: ¡tal es su pureza!

Como un pájaro que sigue rutas invisibles.
Sin pasiones, indiferente al placer,
su dominio es la liberación incondicional.
Vive la vacuidad: es libre.

Hasta los dioses admiran
al hombre que ha domado los potros
del orgullo personal y los sentidos.

Rinde frutos como la tierra amiga,
es claro y alegre como un lago,
firme como una columna de roca.
Libre ya de las muertes sucesivas.

Sus pensamientos reposan,
sus palabras reposan también.
Ha terminado su trabajo:
ha parado el mundo y es libre.

Ve más allá del principio y el final:
ha cortado todas las ataduras,
ha dejado atrás los deseos,
ha resistido la tentación.
Realmente es un hombre superior.

Allí donde viva:
en la ciudad o en el campo,
en el mar o en las montañas
habrá siempre gran felicidad.

En medio del desierto,
allí donde el mundo no halla deleite,
se encuentra felizmente satisfecho
pues no tiene pasiones ni deseos.

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