En estos tiempos modernos en que los juicios se formulan r�pidamente y en que todo el mundo escribe, debemos considerar que existen muchas reputaciones gloriosas que no tienen fundamento ninguno y muchos desprestigios que no deben ser considerados como tales. Estas reputaciones y estos desprestigios son como fogata de hornija o como jiste o espuma de cerveza: no resisten a un examen atento, y con la misma rapidez con que se fabricaron se disipan.
El pol�tico debe meditar en el valor de las censuras y de la albanzas. No conceda a la censura y a la balanza m�s valor del que tienen. Es f�cil ser indiferente a la censura o sobreponerse a la contrariedad que nos produce; no es tan hacedero tomar el elogio en el sentido que realmente tiene. El pol�tico habr� de pensar que son muy pocos los elogios que son capaces de llenar y satisfacer a una persona delicada. Un hombre vulgar se henchir� de satisfacci�n ante un elogio impreso en un peri�dico o en un libro; un esp�ritu fr�o, acaso note en tal elogio una hip�rbola, una exageraci�n, algo que traspasa los lindes del elogio para entrar en los de la apolog�a.
El elogio de los admiradores es lo que m�s pone a prueba la fe y la constancia de un artista. Se puede resistir a la censura, aun a la m�s despiadada y acre; pero �c�mo no llenarse de tristeza y de desconsuelo ante ciertos elogios que los entusiastas del literato o del orador publican? En ellos, con la mejor intenci�n, un aspecto de la obra que no tiene importancia es se�alado y ensalzado; se deja pasar en cambio un matiz delicad�simo, tenue, en que el autor ha puesto su esp�ritu. La iron�a es acaso tomada por actitud de seriedad y recia afirmaci�n; en tanto que una aservaci�n que se ha hecho burla burlando, pero con mucha gravedad en el fondo es considerada como una leve chanza. Alegr�as que en lo substancial son tristezas pueden pasar por inofensivas alegr�as, y en cambio se ve tristeza donde el autor no ha hecho sino pasar con indiferencia y con desd�n .
No estime el pol�tico un elogio en m�s de lo que realmente vale. Agradezca la buena voluntad de los que elogiaren; pero por encima de los ditirambos, de las hip�rboles y de los entusiasmos de sus admiradores, �l sepa poner un ligero y amable desd�n.