Don Rodrigo Calder�n es una de las figuras m�s interesantes de nuestra historia. Su protector, el duque de Lerma, fue la vulpeja; el marqu�z de Siete Iglesias fue el le�n.
Naci� don Rodrigo Calder�n de humilde cuna en Amberes; su padre era capit�n; su madre fue una doncella alemana, con quien el capit�n tuvo amor�os. De ellos fue fruto el futuro ministro; matrimonio subsiguiente legitim� su nacimiento. Muri� la madre, y padre e hijo vinieron a Espa�a; en Valladolid el padre cas� por segunda vez. Como el ni�o fuera creciendo y el trato de la madrastra pudiera no ser del todo grato, el padre puso a Rodrigo a servir de paje en casa del vicechanciller de Arag�n.
No dur� mucho aqu� Rodrigo; la casa no deb�a de ser muy a prop�sito para su medro. De ella pas� a la del duque de Lerma. La vida de los pajes era muy dura y levantisca en estos tiempos; com�an poco y mal; vest�an traspilladamente; se acostaban tarde; hab�an de aguardar a su se�or toda la noche mientras jugaban o se divert�a en aventuras amatorias. Abundaban las parler�as, enredijos y chismes; se armaban grandes trifulcas en el tinelo a la hora de las comidas. Una casa de un grande ten�a muchedumbre de dependencia: all� estaban, en primer lugar, el mayordomo, el secretario, el contador, el tesorero, el maestresala; ven�an despu�s el veedor, el botillero, el el repostero de estrados, el repostero de la plata, el comprador, el despensero, el repartidor y el escribano de raciones. No faltaban tampoco camareras, due�as enlutadas y quejumbrosas, escuderos y alg�n viejo y reposado ot��ez para acompa�ar a la se�ora o las hijas a misa e ir abriendo camino con sus barbas venerables, sus pantuflos, su gorra y su callado.
En este mundo pintoresco y ruidoso hab�an de vivir y maniobrar los pajes. Los avispados y lenguareces se abr�an pronto camino; iban y ven�an con cuentecillos al se�or; le tra�an y le llevaban recados de sus daifas; dec�anle gracias y le lisonjeaban. Los apocados y t�midos se encantaban en el servicio y sufr�an los vej�menes y cordelejos de los dem�s. De �stos era Rodrigo Calder�n: ten�an una timidez y un encogimiento invencibles. A veces los esp�ritus m�s en�rgicos, m�s fuertes, est�n recubiertos de timidez. El futuro ministro no se separaba de la c�mara de su se�or; de este modo evitaba las malas bromas de sus compa�eros. Cuando se apartaba del duque lo hac�a aprovechando una salida del maestresala, del mayordomo o de alg�n otro alto oficial de la casa; entonces iba en su compa��a, y los pajes malignos no se atrev�an a vejarle.
La asistencia y solicitud de Rodrigo en la c�mara o despacho del se�or llam� la atenci�n del duque; poco a poco se fue fijando en este paje, tan afectuoso a su persona. Rodrigo ten�a un entendimiento despejado, agudo; el duque comenz� a platicar con �l y a confiarle algunos negocios. Sal�a bien en ellos Rodrigo. Un d�a el duque le hizo su paje de bolsa; el oficio era desempe�ado con diligencia y escrupulosidad. Iba entrando Rodrigo en el �nimo del gran se�or. El duque de Lerma entonces lo pod�a todo; el rey hab�a ordenado que a la firma del duque se le diese el mismo valor que a la suya. No pod�a tener Rodrigo mejor padrino. El duque, deseando favorecerle m�s, le nombr� ayuda de c�mara del rey.
�ste fue el primer escal�n en la fortuna del grande hombre.