POR esta selva tan espesa,
donde nunca el sol penetr�,
buscando voy una princesa
que se me perdi�.
Entre los �rboles copudos,
entre las lianas verdinegras
que trepan por los desnudos
troncos, como culebras;
entre las rocas de hosquedad
hostil y provocativa
y la pavorosa soledad
y la penumbra esquiva,
buscando voy una princesa
rubia como la madrugada
que no ha partido y que no regresa
desta espesura malhadada.
Dicen que al fin de aquella ruta,
que bordan el cipr�s y el enebro,
hay una reina muy enjuta
que mora en un castillo muy negro;
que guarda en fieros torreones
otras princesas como la m�a,
y que es sorda a las rogaciones
del desamparo y la agon�a.
Mas, acaso si yo pudiese
ver a la reina, y su huella
seguir astuto, al cabo diese
con el castillo negro... �y con Ella!
Pero el m�s seguro instinto
no se sentir�a capaz
de guiarse por el laberinto
desta penumbra pertinaz.
Es que el esp�ritu presiente
algo fatal que se avecina,
y es que acaso es m�s imponente
que lo que vemos claramente
lo que tan s�lo se adivina.
Heme aqu�, pues, con la alma opresa
en medio de obscuridad,
enamorado de una princesa
que se perdi� en la selva espesa
tal vez por una eternidad...
31
de julio de 1912 |