VIII. LA SANTIDAD DE LA MUERTE

LA SANTIDAD de la muerte
llen� de paz tu semblante,
y yo no puedo ya verte
de mi memoria delante,
sino en el sosiego inerte
y glacial de aquel instante.

En el ata�d exiguo,
de ceras a la luz fatua,
ten�a tu rostro ambiguo
qiuetud augusta de estatua
en un sarc�fago antiguo.

Quietud con yo no s� qu�
de dulce y meditativo;
majestad de lo que fue;
reposo definitivo
de qui�n ya sabe el porqu�.

Placidez, honda, sumisa
a la ley; y en la gentil
boca breve, una sonrisa
enigm�tica, sutil,
iluminando indecisa
la tez color de marfil.

A pesar de tanta pena
como desde entonces siento,
aquella visi�n me llena
de blando recogimiento
y unci�n..., como cuando suena
la esquila de alg�n convento
en una tarde serena...

                15 de noviembre de 1912

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