LA SANTIDAD de la muerte
llen� de paz tu semblante,
y yo no puedo ya verte
de mi memoria delante,
sino en el sosiego inerte
y glacial de aquel instante.
En el ata�d exiguo,
de ceras a la luz fatua,
ten�a tu rostro ambiguo
qiuetud augusta de estatua
en un sarc�fago antiguo.
Quietud con yo no s� qu�
de dulce y meditativo;
majestad de lo que fue;
reposo definitivo
de qui�n ya sabe el porqu�.
Placidez, honda, sumisa
a la ley; y en la gentil
boca breve, una sonrisa
enigm�tica, sutil,
iluminando indecisa
la tez color de marfil.
A pesar de tanta pena
como desde entonces siento,
aquella visi�n me llena
de blando recogimiento
y unci�n..., como cuando suena
la esquila de alg�n convento
en una tarde serena...
15
de noviembre de 1912 |